Mientras la pobreza afecta a casi el 53% de los argentinos, la caída en la compra de medicamentos alcanza el 15% en un año. A pesar de los altísimos precios, la industria farmacéutica facturó 3.080 millones de dólares en 2024, lo que revela un profundo conflicto entre el acceso a tratamientos esenciales y el lucrativo negocio de los laboratorios.
Es una escena que se repite: un jubilado sale de una farmacia angustiado por no poder costear sus medicamentos. El reciente anuncio del INDEC sobre un 52,9% de pobreza en Argentina, que representa a 25 millones de personas, arroja luz sobre esta y otras postales del 2024. El drama en las farmacias tiene un correlato en números. Según Rubén Sajem, director del CEPROFAR (Centro de Profesionales Farmacéuticos), “entre agosto de 2023 y agosto de 2024, la caída en las recetas compradas alcanzó un 15%”. En el último mes de 2024 se dispensaron 51.850.000 unidades, en contraste con las 61.010.000 del mismo mes del año pasado, lo que representa una reducción de 9.160.000 tratamientos, de los cuales el 70% corresponden a medicamentos recetados. “Los jubilados simplemente no los llevan cuando deben pagar una parte”, explica Sajem.
Esta caída contrasta con la facturación de la industria farmacéutica argentina, que en el mismo período alcanzó los 3.080 millones de dólares, con un aumento del 332,9% respecto al año anterior. Esto refleja un conflicto entre los precios desorbitantes y el acceso a los medicamentos. Federico Sturzenegger, funcionario del Gobierno, señaló la dispersión de precios entre laboratorios, poniendo como ejemplo el Omeprazol: la versión genérica cuesta 3.000 pesos, mientras que una marca reconocida ronda los 23.000. Sin embargo, como aclara Sajem, “en Argentina no existen medicamentos genéricos puros; todos tienen una marca, aunque algunas menos conocidas”.
Sajem también destaca que la industria farmacéutica argentina no innova: “Lo que producen son copias de medicamentos antiguos cuyas patentes han vencido. Por ejemplo, el Ibuprofeno tiene más de 50 años en el mercado, pero hay 36 marcas con precios que varían hasta un 300%. El Omeprazol, introducido en 1979, tiene un precio que oscila entre los 3.000 y los 21.000 pesos, con diferencias de hasta el 800% entre marcas”. Aunque los farmacéuticos a veces ofrecen alternativas más baratas, los pacientes suelen preferir las marcas más caras, influenciados por la indicación del médico y el poder de marketing de los laboratorios.
Además, Sajem revela una distorsión en las recetas médicas: los mismos doctores que en hospitales recetan medicamentos más baratos, prescriben los más caros cuando el paciente debe adquirirlos en la farmacia. Esta diferencia perjudica especialmente a los sectores más vulnerables de la población.
La escritora Soledad Ferrari, quien investigó a fondo el sector salud en su libro El negocio de la salud, critica los elevados precios de los medicamentos en Argentina, destacando que son incluso más caros que en Estados Unidos. Ferrari advierte sobre una “relación tóxica” entre médicos y laboratorios, y denuncia que el sistema está diseñado para medicar de más a los pacientes, lo que genera estrés y empeora su salud mental.
El salario mínimo en Argentina es uno de los más bajos de la región, lo que agrava la situación. Un relevamiento comparativo entre Argentina, Perú, España, Colombia y Estados Unidos muestra que los medicamentos en nuestro país son considerablemente más caros. En algunos casos, como el Omeprazol y el Bisoprolol, la diferencia de precios llega hasta el 1.000% respecto a España. De los 10 medicamentos evaluados, sólo el ibuprofeno y el paracetamol son más baratos en Argentina.
Un informe de CELAG expone que en América Latina, los hogares destinan más del 10% de su ingreso a gastos en salud, y en Argentina los precios de los medicamentos son un 26% más altos que el promedio regional. Esto se debe a los altos precios y los bajos salarios, con una carga igualmente distribuida entre ambos factores. A pesar de la Ley de Prescripción por Nombre Genérico, promulgada en 2002, los medicamentos sin marca solo representan el 3% del mercado, lo que mantiene los precios elevados.
Sajem apunta que la industria farmacéutica en Argentina, aunque estratégica por su capacidad de producir medicamentos esenciales, no innova ni invierte en investigación. Esto la diferencia de otros países que sí controlan el precio de los medicamentos y fomentan el uso de genéricos. En Argentina, las medidas regulatorias son limitadas y las negociaciones con los laboratorios no lograron mantener los precios por debajo de la inflación en años recientes.
Sajem sugiere algunas soluciones, como fomentar el uso de genéricos, hacer compras centralizadas de medicamentos con otros países, y establecer precios de referencia para limitar los aumentos. Estas medidas, aplicadas en otras naciones, demostraron ser eficaces para controlar los precios. Sin embargo, en Argentina, estas políticas aún no se implementan de manera efectiva, dejando a millones de argentinos en una posición desventajosa en su acceso a medicamentos asequibles.