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POETAS QUE CONOCÍ EN UN VIAJE DE AUTORES VARIOS (SELECCIÓN Y TRADUCCIÓN DE PABLO KATCHADJIAN)

Reseña
Una antología de poetas actuales estadounidenses que no busca ser representativa ni proponer un criterio de selección más allá del que enuncia el título: Poetas que conocí en un viaje. Pablo Katchadjian presenta poemas de Anna Moschovakis, Alexis Almeida, Daniel Owen, Matvei Yankelevich, Mónica de la Torre, Rebekah Smith y Tony Iantosca en un libro que puede leerse al menos de dos maneras.

por Nicolás Ricci

¿Qué es un autor? Parte de la obra de Pablo Katchadjian es conocida por jugar con esa pregunta, por poner en entredicho los más celebrados intentos de responderla. ¿Es autor el que reescribe, reelabora, engorda y reordena? La falta de consenso al respecto ha dado lugar a largos procesos judiciales demasiado famosos. Poetas que conocí en un viaje encuentra otro punto débil de nuestro sistema literario: ¿es autor el que compila, el que antologa?

Sucede que el libro es por lo menos dos cosas: una antología de poetas estadounidenses más o menos jóvenes y, por otro lado, un experimento vanguardista de la estirpe de El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007). La apenas página y media que sirve de prólogo explica la premisa de la primera de estas variantes (y sugiere la segunda). El título es igual de revelador en este punto: Katchadjian viaja a Estados Unidos, conoce a un grupo de poetas y decide, “sin ningún propósito”, traducirlos. Pero enseguida empiezan las salvedades del caso: hace notar que no pudo traducir a todos los que conoció porque de algunos se enteró demasiado tarde de que escribían, y de otros aclara: “su traducción superaba mis capacidades”. 

Como antología, el libro ofrece buenos poemas, algunos muy buenos. Más que detenerse en los puntos altos de la selección, conviene señalar las coincidencias entre los estilos, que no pueden asimilarse sin problemas con las poéticas dominantes del contexto de recepción (el nuestro). Leyendo los poemas, se pueden intuir algunas de las líneas generales, si no de la poesía norteamericana reciente (pues está en duda la representatividad de la muestra), sí quizás del gusto del compilador. Todos los poetas del libro apuestan, en grado mayor o menor, a la búsqueda formal. Son generales la irregularidad métrica y la sintaxis fragmentaria, en textos que habitan tanto verso libre como prosa (y en el caso de Anna Moschovakis, un híbrido no lejano al de Hannah Weiner: largos poemas en prosa subdividida en enunciados breves). Asimismo, todos los textos rehúyen la expresión directa del sentimiento y ponen en juego una subjetividad borroneada o ausente; aun cuando aparezca el pronombre yo muchas veces, el trasfondo personal no viene a justificar la función expresiva del poema. En esto (solo en esto) no hay arbitrariedad, sino que Katchadjian propone un modelo alternativo a las tendencias yoicas y quizás sencillistas de la poesía argentina actual.

El libro sirve, en este sentido, como instantánea de un momento reciente de la poesía en lengua inglesa (las fuentes más lejanas en el tiempo datan de 2012 y se incluye algún inédito). La cuidada edición bilingüe le agrega un extra para lectores interesados en las versiones originales y las decisiones, a veces sorprendentes, del traductor (uso de algunos coloquialismos, variación inteligente de las modalidades de la segunda persona, por nombrar algunas). La mayoría de los siete poetas antologados son presentados por primera vez en castellano, entre quienes Alexis Almeida probablemente sea la única excepción (algunos de sus poemas pueden leerse, en versión de Martín Gambarotta, en cierto número de la revista Rapallo). Monica de la Torre es quizás la menos beneficiada por el reparto inequitativo de las páginas para cada autor. De ella se incluyen tres poemas (de otros hay siete): uno largo en prosa, que remeda la escritura institucional o publicitaria, y dos breves; uno de ellos, inescrutable, ofrece una lista de pseudo-anagramas de siete letras que, como en una partida de Scrabble, a veces no pueden reordenarse exitosamente. Esta arbitrariedad no siempre permite hacerse una idea de la obra detrás de la selección, lo que refuerza la lectura que va más allá de la propuesta inicial y pone el acento en los experimentos literarios del compilador. 

Este tipo de obras tiene la característica de llegar al agotamiento en su primera ejecución. Una técnica nueva no inaugura una discursividad nueva, sino un discurso cerrado en una manifestación singular: no hace falta, después de Perec, mil novelas con lipogramas; no hace falta, después de John Cage, mil composiciones aleatoriamente decididas por el I Ching. Lo que diferencia a Katchadjian de Cage es que el primero siempre opta por el mínimo esfuerzo: la obra debe ser lo más cercano posible a la limpia ejecución de la idea original, sin agregados paratextuales. Así, el Martín Fierro reordenado no tiene separadores ni introducción ni apéndices. Así, la antología no tiene notas al pie ni comentarios ni reseñas biográficas de los poetas. De ahí la parquedad extrema de la nota introductoria, estrictamente necesaria, sin embargo, para sentar la premisa. 

La selección extremadamente arbitraria de los poetas y poemas, que surge de establecer un criterio para luego burlarlo, es acompañada con una explicación también saboteada. Para esto, Katchadjian echa mano de un recurso ya usado por él en textos narrativos. Como sucede en su novela Gracias (2011), por ejemplo, en la que el protagonista describe al personaje que lo compra como esclavo con la frase inconclusa: “Hacía pensar en un hombre que…”. La puntuación caprichosa suspende la frase, lo que la transforma en un vacío, un gesto antinarrativo, una cláusula que hace saltar el discurrir del relato. En la breve introducción a la antología, Katchadjian dice de los poemas traducidos: “Se fueron juntando y entonces me pareció que…”. La frase no se cierra y pasa a otra cosa. Elocuente en su no decir, el gesto vandaliza con humor su declarado carácter explicativo. 

La antología puede, pues, ser leída como una antiantología, o, al menos, como el reverso de una antología crítica. Entiéndase por esto no un libro acrítico, sino acaso crítico de la crítica. Al no obedecer más que a un criterio anecdótico, inacabado en su ejecución, y a las preferencias personales de Katchadjian (“los poemas me gustan muchísimo”, asegura), el libro rompe con la lógica usual del género, que pretende ilustrar cierto estado de cosas del modo más exhaustivo posible. Se neutralizan así criterio y crítica, términos por cierto hermanados por un mismo pasado etimológico. El libro, desnudado de sus directrices y ateniéndose a sus requisitos mínimos, pone en crisis (otro vocablo asociado etimológicamente a los dos anteriores) las pretensiones del compilador. El resultado tiene algo de apropiación, de recontextualización conceptualista y hasta de escritura no-creativa: los textos ajenos pasan a formar parte de la apuesta de alguien cuya función no puede no ser definida como autoral.

Poetas que conocí en un viaje

Anna Moschovakis, Alexis Almeida, Daniel Owen, Matvei Yankelevich, Mónica de la Torre, Rebekah Smith, Tony Iantosca

Selección y traducción de Pablo Katchadjian

Fadel & Fadel

Sitio web

104 páginas

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